domingo, 7 de marzo de 2010
Usiel y Sabriel
Este pasaje puede ser mi favorito de todas las novelas de MdT, y además, considero que explica la personalidad interior de Usiel. Me ha influido a la hora de crear pnjs malvados para mi mesa. Creo que es muy interesante un pnj único como Usiel, como se descubren sus sentimientos... por una maestra de la manipulación como Sabriel, pnj arquetípico, pero no exhento de encanto para quienes la hemos seguidos en las noveles y entre los suplementos.
Usiel persigue a Sabriel para matarla, pero la Lammasu se defiende de la mejor forma que sabe...
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--Disculpe, caballero, esta es una fiesta privada.
Una mano robusta le cogió del brazo. Usiel levantó la suya de modo que el anillo tocara la del humano... Pero se detuvo. Por alguna razón, en vez de liberar el alma del portero, escupió un fantasma.
--Enloquécelo -dijo Usiel, pero en realidad no era necesario. El esclavo fantasma, uno de los vasallos del demonio que había matado en Florida, fluyó de la boca de Usiel y se coló por la nariz del guarda como el humo de los cigarrillos.
Los ojos del mortal se desorbitaron de pánico y echó a correr, internándose en el frío nocturno.
Usiel escudriñó la habitación, aguardando con impaciencia que sus ojos mortales se acostumbraran a la luz. Todos estaban golpeando sus copas con la cubertería de plata, los recién casados se sonrojaron y se dieron un beso... y a todos pasaba desapercibido el demonio que estaba entre ellos. A todos excepto a él.
Ella estaba cerca de la mesa principal, agachada en una esquina. Usiel no pudo ver qué estaba haciendo hasta que dio algunos pasos a la derecha.
A pesar del frío del exterior, el abarrotado comedor estaba caliente. Una de las invitadas se había quitado los zapatos y el demonio los estaba cogiendo.
--Sabriel -dijo sonriendo afectadamente-, ¿no puedes dejar de robar, aunque sea para escapar?
Ella levantó la vista y su expresión revelaba miedo. Le produjo cierto remordimiento, otro vestigio de vida de Clive Keene. A otros hombres les gustaría la visión de una mujer asustada, pero a Clive solo le provocaba tristeza.
El Segador estaba junto a la pared derecha de la sala y, siguiéndola, comenzó a avanzar hacia ella. Estaba listo para acabar el trabajo.
Estaba tan pendiente de ella que el deslumbrante destello de luz le cogió totalmente por sorpresa. Retrocedió, se giró y se dispuso a invocar su arma. Estaba convencido de que era un demonio de fuego y relámpagos que se estaba materializando para ayudar a su compañera... Entonces reparó en que era el fotógrafo de boda, haciendo fotos con flash a los invitados. Hizo una mueca de desagrado y se giró hacia ella... pero había desaparecido.
O quizás no. Tal vez se había transformado.
--Usiel, no tienes por qué hacer esto.
La voz estaba tan cerca como el beso de un amante, pero no podía rastrear la dirección. Estaba cerca, muy cerca, era como si estuviera por todas partes a su alrededor.
--¿No me recuerdas? ¿Recuerdas la alegría que nos hacías sentirá Haniel y a mí, y las sonrisas que llevabas al rostro de la Cantora de las Olas Occidentales? ¿Cómo puedes atacara alguien que fue tu anfitriona una vez y una vez tu huésped?
--Si buscas piedad, no hagas que recuerde el paraíso que arruinasteis -farfulló. ¡Allí! Se había hecho más baja y corpulenta, había oscurecido su piel para igualar los tonos oliva de la familia del marido, pero el abrigo seguía siendo el mismo. Estaba en el extremo opuesto de la habitación. Él varió su curso, tratando de bordear la pista de baile y llegar hasta ella.
--¡Atención todos! ¡Es hora de que la novia y el novio abran el primer baile!
De nuevo parpadeó y maldijo la escasa visión de Keene mientras las luces se apagaban en la sala y solo quedaba iluminada la zona de la pista de baile. La había perdido de nuevo y seguro que habría cambiado de forma para confundirlo.
--¿Que ganarás con matarme? ¿Sanará eso tu orgullo herido? ¿Restaurará el mundo caído? ¿Hará que Dios te ame de nuevo?
--Protegerá a tus futuras víctimas del dolor de tus atenciones.
--¿Cómo sabes que no he aprendido la lección?
--No me hagas reír. Los de tu clase no cambian.
--¿A qué te refieres con mi clase? ¿No fuiste tú condenado como lo fui yo?
--Es diferente. -Sabía que era un truco, que ella lo estaba distrayendo de la caza, pero...
--¿Aprendiste tú la lección?
Cuando hizo la pregunta, Usiel se detuvo en seco. Por un momento, al escuchar la voz de su antigua amiga, una voz tan parecida a la de su amada perdida, Haniel, se preguntó si realmente lo había hecho.
Gordy Hines, un asesino tan despiadado como cualquier preso del Pozo... que murió gimoteando con el desconcertante terror de un bebé presa del dolor.
John Bow, un esclavo demoníaco, que murió sorprendido y desafiante.
Max Hirniesen, un hombre que había usurpado parte del espíritu de un ángel muerto. Se resistió hasta el final.
Había otros muchos innominados con los que había combatido; algunos murieron, otros sobrevivieron; los rostros de algunos mostraban furia, dolor o miedo mortal; las expresiones de otros solo revelaban confusión, mientras trataban de comprender el poder contra el que luchaban.
Lynn Culver, cuyos sentimientos se habían debatido entre el terror desvalido y una cólera cercana a la locura. Ninguna de las dos posturas la salvó. Murió con miedo y aún le temía después de muerta.
¿He aprendido la lección?
Entonces sacudió la cabeza al verla, ahora con aspecto de pelirroja, deslizándose de nuevo bajo la mesa principal. Estaba tratando de mantener la pista de baile entre ella y él, con la esperanza de que no la atravesaría, llamando la atención de todos los presentes. O quizás esperaba que la cruzase; quizás esperaba que la mirada de los mortales contuviera su verdadera majestad y la reprimiera en el cuerpo de Clive Keene.
Él se dio la vuelta, volviendo a caminar hacia la derecha. Había una puerta cercana. La sacaría de la atestada sala y tal vez la arrastraría consigo al reino de los muertos. Allí no podría huir a ninguna parte.
El novio y la novia estaban bailando, la música era ensordecedora y eclipsaba toda conversación normal, excepto su debate susurrado con Sabriel. De pronto se levantaron más parejas, obstaculizando la visión de Clive. (Keene era de pequeña estatura y de pronto se vio perdido en un bosque de hombres altos.) Se abrió paso esquivando a los invitados pero sabía que ella y a se habría ido para cuando llegara a la puerta. Seguramente, ya no estaba allí.
Pero la sentía cerca. Lo suficiente para intuirla. Pero demasiado cerca para determinar una dirección.
--¿No estás cansado?
--El cansancio es una debilidad humana.
--Incluso Dios descansó el séptimo día. -Él dejó escapar un bufido burlón en respuesta-. Combatiste en la guerra. ¿Descansaste mucho antes de ser condenado? Sé las dificultades que atravesé en el Infierno. Un ángel solo rodeado por demonios... Lo tuyo debe de haber sido mucho peor. Y ahora que has regresado al mundo material, ¿has concedido una pausa a tu cólera para reflexionar y preguntarte con quién estás furioso y por qué?
--Mi ira es hacia tu vil ralea, porque destruísteis el mundo que amaba.
--Por lo que oí acerca de las Montañas de la Mañana, tú también participaste en su destrucción, y bastante. ¿Crees que saciar tu venganza arreglará algo?
--Cuando lo pierdes todo, lo único que te queda es compartir tu pérdida con los demás.
--¿Has llegado a esa conclusión tú solo? ¿O estás citando a la Piedra de la Desesperación o a la Dama de Tierra, o a algún otro demonio que quiere asolar el mundo?
La vio de nuevo. No estaba lejos, solo un par de mesas más allá, rubia y delgada, dándole la espalda mientras se alejaba, abriéndose camino entre sillas y niños.
--¿Estarías tan enfadado si aún tuvieras a Haniel?
--¡Ella no tiene nada que ver con esto!
--¿Habrías matado a todos aquellos humanos si ella hubiera estado de tu parte?
--¡No tiene nada que ver!
Sabriel estaba cambiando otra vez. Su pelo se oscurecía junto con su piel. Se movía más rápido porque era más alta y tenía las piernas más largas. Usiel comenzó a apartar a los invitados a empujones, sin importarle ya qué pudieran pensar.
--¿Sentiste furia contra ella cuando eligió a Dios antes que a ti?
--¡Nunca! Si Haniel hubiera obrado de otra forma, sería tan vil como Lucifer. ¡Tan vil como tú!
--¿Te encolerizaste con Dios cuando te la arrebató?
Llegó hasta ella, la agarró del hombro e hizo que se girara.
Entonces se detuvo.
La mujer que tenía enfrente tenía una edad comprendida entre veinte y cuarenta años. Su piel era oscura como la de un cedro. Tenía cabellos sueltos y rizados. Su cara rezumaba solemnidad. Era bella: los rasgos de su rostro eran claros y puros, y un poco tristes. Su cuello era delgado, grácil y vulnerable.
Se parecía mucho a la hija muerta de Clive Keene.
Se parecía mucho a la mujer muerta de Keene, además; en la época en que Clive era joven.
Usiel nunca había reparado en el gran parecido que existía entre la amada fallecida de Keene y su propio amor perdido. La querida Haniel, ángel de las mareas, que había preguntado a Dios por qué la humanidad tenía que sufrir y luchar. Haniel, que añoraba tanto como Usiel estar cerca de los humanos, para confortarlos y protegerlos y ser amada a cambio, pero que obedeció el severo mandato de Dios de permanecer alejada de ellos, apartada e invisible. Haniel, que reía y bailaba con Usiel y en grutas secretas y recodos de playas escondidas jugaba a ser humana, como él, un juego privado que nunca dejaron que nadie descubriera. Dos ángeles en forma mortal, tratando de vivir como los humanos. Tratando de comprender.
Haniel, que preguntó a Dios por qué. A lo cual se le respondió: "Para saber lo que yo sé, debes ver lo que yo veo". Haniel, que aceptó esos términos y se perdió para siempre.
--¿Cómo? -Tragó saliva; de pronto su voz era áspera, quebrada y humanamente débil-. ¿Cómo la pudiste conocer? ¿Cómo conociste esa cara?
--Oh, Usiel -dijo ella. Estaba lo suficientemente cerca para oírla susurrar pero el eco de su nombre resonó también en su cabeza-. Puedo verla en ti. Esta es la forma del agujero de tu corazón. El suyo es el rostro de tu soledad.
Él avanzó un paso y puso las manos sobre los hombros de Sabriel. Estaba temblando, se sentía débil y confundido y lleno de una energía palpitante que no podía entender ni liberar. En sus juegos con Haniel nunca imaginó esa sensación, nunca imaginó qué significaba en realidad ser un hombre o una mujer.
--¿Me matarás ahora? -preguntó ella. No era un desafío. No era una súplica. La pregunta únicamente encerraba su significado más transparente. Él podía destruirla, y los dos los sabían.
Pero en lugar de eso, comenzaron a bailar juntos.
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1 comentario:
Bella danza.
-¿Me matarás ahora?...
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