domingo, 21 de marzo de 2010

El rescate de Malakh


En este estracto, vemos como Malakh es capturado, sabido el afecto que el Lucero le profesa, con intención de usarlo como señuelo, pero finalmente, Malakh escapa de sus captores, rescatado por la efímera presencia de Lucifer.

Leer más... Se despertó algún tiempo después en la parte trasera de una furgoneta, en el cuerpo de Alejandro y con el cerebro de Alejandro retumbándole en el cráneo. Estaba tirado encima de una pancarta de protesta. Su sangre y sus vómitos habían hecho que se corrieran las letras, y ahora decía "to talidad licia". Se sentó, gruñendo mientras el mundo daba vueltas a su alrededor. En respuesta hubo movimiento fuera de la furgoneta, y las puertas se abrieron repentinamente. Unas manos bruscas lo sacaron de la furgoneta y lo pusieron en pie.
Tenía la vista desenfocada, pero sus oídos le dijeron que se encontraba en un espacio cerrado, grande, cuando captó los ecos de sus pisadas. Con lo que fuera que lo habían noqueado le había destrozado el sentido del olfato. Se tomó unos preciosos instantes para limpiarse la cabeza y los pulmones del veneno. Cuando su vista volvió a enfocarse, vio a un hombre que esperaba con una paciencia exagerada a que Alejandro recuperara la compostura. Iba vestido informalmente, con una chaqueta colgada del hombro, pero su postura era confiada y de hombre de negocios. Ni uno de sus cabellos negros como la tinta estaba fuera de sitio en su cabeza, y posiblemente tampoco se atrevería. Su perilla confería una juventud a su rostro de golfo atractivo que sus ojos no podían. El hombre no estaba solo, por supuesto; un hombre como éste nunca lo está. Había una mujer joven con un par de teléfonos móviles justo detrás de él, los dos matones que lo habían sacado de la furgoneta, y algunos otros que podía oír moverse fuera de su campo visual, posiblemente buscando líneas de tiro sin obstrucciones.
El hombre se dio cuenta tan pronto como las pupilas de Alejandro empezaron a actuar al unísono. Su sonrisa fue inmediata y acogedora, y atravesó el espacio que los separaba.
--¿Puedo llamarte Alejandro? --Pasó el brazo por los hombros de Alejandro, ignorando la sangre y el vómito que manchaban su camisa--. Te habíamos invitado antes, pero nunca te habías pasado por aquí. --Dio un paso atrás y sacó una tarjeta de visita del bolsillo de su camisa con un gesto fluido, ensayado. Jarod Battrain, decía, Cazatalentos--. Por favor, llámame Jarod --dijo el hombre tan pronto Alejandro levantó la vista de la tarjeta--. ¿Prefieres quizá que te llame Malakh?
El aliento de Malakh siseó entre sus dientes. Jarod continuó, mal interpretando diplomáticamente su expresión.
--Oh, no pongas esa cara de sorpresa. No estábamos buscando al monstruo de la semana. Te queríamos a ti. ¿Malakh el cazador? Oh, hemos oído hablar mucho de ti. Y todo bueno, te lo aseguro. --Ahora andaba a su alrededor mientras hablaba, y enfatizaba sus palabras clavándole amistosamente el dedo--. He oído, por ejemplo, que estuviste en la rebelión hasta el final. Justo en el meollo. ¿Cierto?
La mirada de respuesta de Malakh fue la más dura que pudo conseguir. Tras él oyó como los matones se envaraban, y se dio cuenta de que no sólo eran músculo; también habían estado allí.
--Incluso he oído decir --siguió Jarod-- que ese día llamaste la atención de algunos individuos muy bien situados.
Los recuerdos cayeron sobre Malakh como oleadas. El olor del jardín antes del primer amanecer. Los suspiros de las estrellas cuando el sol desbancó su luz. Y por encima de todo, ese último y terrible día, revivido con una claridad irreal.
La batalla final no podía medirse en días, ni podía valorarse la devastación que había provocado, puesto que el tiempo y el espacio también habían sido campos de batalla. La hueste celestial flotaba sobre ellos en un cielo de color plomizo. La rebelión estaba rota. Los ejércitos de Lucifer habían sufrido graves pérdidas. No podían vencer. Malakh no había desfallecido; seguía pleno, salvaje y lleno de lucha.
--¡Yo no he sido derrotado! --gritó Malakh--. ¡No me rendiré! ¡Si han de tener la victoria, que la tengan cuando arranquen mi espada de mis manos muertas!
Otros rebeldes de la Sexta Casa unieron sus salvajes gritos al de él. La hueste de ángeles sobre ellos se desplegó para enfrentarse al inminente y desesperado ataque.
En la vanguardia del ejército de la rebelión, el estandarte de Lucifer el Lucero del Alba avanzó. Cuando habló, su voz abarcó lo largo y ancho del campo de batalla, aunque no levantó el tono.
--Malakh --dijo, y Malakh no tuvo otra opción que escuchar, puesto que nadie antes había pronunciado su nombre con tanto afecto--. Yo mismo he dado mi palabra en nuestra rendición ante los Ophanim. ¿No entregarás tu espada?
Y así Malakh, ante todos los ángeles y los caídos reunidos, agachó la cabeza y dejó su espada flamígera en la tierra a sus pies, tal era su amor por el Portador de la Luz.
Los pensamientos de Malakh volvieron súbitamente al presente.
--¡Está aquí! ¡Lu...!
--Alto --La voz de Jarod había cambiado su amistosa cháchara por un tono imperioso--. No conviene atraer atenciones indeseadas hacia nosotros. Nos referiremos a nuestro gran general in absentia por sus apelativos menos formales. ¿Está claro?
Malakh asintió.
--Muy bien, ahora podemos continuar --Jarod retomó su estilo más animado--. Me apuesto a que piensas en ese momento a diario, ¿no? ¿No? Bueno, puedo ver que a lo mejor no querías, y ahora es más fácil dejar a un lado esos desagradables pensamientos. Pero como ya he sacado el tema, y me disculpo, hablemos de ello. ¿No te has preguntado, en todos estos años en el Infierno, por qué el Lucero del Alba no estaba allí?
Malakh tenía la vista fija al frente, sin molestarse en seguir los incesantes movimientos de su anfitrión. Pero no podía detener sus oídos.
--¿No? ¿De verdad? Bueno, quizá seas uno de esos tipos optimistas. --Jarod se detuvo e hizo un amplio gesto con la mano--. Quizá el príncipe de las mentiras se había ganado la libertad. Quizá fue él quien te soltó a ti.
Los labios de Malakh se curvaron y enseñó los dientes. Siguió sin contestar.
Jarod se dio una palmada en la frente.
--Veo que las palabras que he escogido te han molestado. De nuevo, lo siento, pero si el Portador de la Luz, ¿mejor?, te dejó salir del Infierno... ¿dónde está ahora? ¿Lo has visto? ¿Has recibido algún mensaje? ¿Una postal de disculpa con "siento lo del tormento eterno"?
En ese momento Malakh embistió, pero los demonios que había tras él lo agarraron de inmediato.
Jarod ni se inmutó, se inclinó hacia delante, señalando con el dedo a la nariz de Malakh.
--Está en deuda contigo. Te echó un buen rapapolvo delante de toda la Creación ¿Y que te dio a cambio? Un billete sólo de ida al Infierno, y él se escapó de rositas.
Se quedaron allí plantados un buen rato. Entonces Jarod se irguió y se encogió de hombros.
--Así es como yo lo veo. Tú puedes pensar lo que quieras. --Se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó algo plateado--. Pero esta noche puede que tengas la oportunidad de tu vida, amigo. Paul, Rocco, aguantadlo.
Malakh forcejeó, pero no tenía ánimo para luchar. Mientras Paul y Rocco lo sostenían, Jarod le puso un grillete de plata en la muñeca derecha. Pasó la delgada cadena alrededor de una dé las vigas del almacén y luego unió el extremo de la cadenita con su parte central. Cuando pronunció palabras de poder, la cadena vibró y los delicados eslabones se soldaron. Los matones retrocedieron y Malakh miró incrédulo la endeble atadura.
Jarod estaba radiante.
--Bonito, ¿no? Es una cadena irrompible. Nos gusta porque es discreta. Además, no se puede romper. Si la miras de cerca, podrás ver una diminuta escritura en los eslabones. Se supone que dice "irrompible" en un idioma diferente en cada eslabón. No es que yo sepa leerlos todos, la verdad. --Dio unas palmadas pensativo en el pilar al que estaba atada la cadena--. Tampoco es coincidencia que te ate a esta pequeña forma humana en la que te has estado escondiendo, con todas sus debilidades y ninguna de tus fuerzas, así que tampoco creo que esta noche vayas a estar para destrozar mi patrimonio.
Malakh levantó la muñeca para mirar el grillete. Excepto por el cierre, tenía más aspecto de joya que de atadura. La voz le chirrió cuando trató de hablar.
--¿Por qué?
Jarod se encogió de hombros.
--Esto es una trampa, y tú eres el cebo. Pensaba que era bastante obvio. Nos hemos tomado la libertad de hacer correr el rumor por las calles de que quieres hablar con el Lucero del Alba. Si sacaras alguna vez la cabeza de esa porquería de vecindario en el que vives --añadió--, posiblemente lo hubieras oído.
--No es estúpido --soltó Malakh con aspereza.
--No, no lo es --admitió Jarod--. Pero no tenemos nada que perder. Quizá venga a hablar contigo. Quizá sepa que pasa algo y trate de rescatarte. --Su expresión mostraba lo poco probable que consideraba dicha opción--. O quizá venga a patearte el culo por tener narices de pedir respuestas. O a lo mejor no viene. Seguimos teniéndote a ti. Eres un atajo, Malakh, algo útil. Si no funciona... --Jarod acabó encogiéndose de hombros y luego giró sobre sus talones--. Rocco, Paul, buscad algún sitio fuera de la vista. Cissy, llama al chófer, y luego no quites ojo a ninguno de los tres. --Jarod se detuvo fuera de la puerta. Su atractivo rostro se vio afeado por la preocupación--. Ah, y, Malakh, espero que consigas alguna respuesta.
La puerta se cerró tras él.
Los guardias de Malakh se desvanecieron en la oscuridad, y la mujer se alejó hablando en voz baja por uno de sus teléfonos. Seguía sintiéndolos cerca, pero no lo bastante para distraerlo de las preguntas que hacían correr sus pensamientos como liebres espantadas. Eran las preguntas que llevaba evitando desde que se había alzado del Abismo lleno de un odio venenoso, que había hostigado a su espíritu como un enjambre de mosquitos mientras él se revolcaba por las sombrías profundidades del espíritu humano, lanzando dentelladas salvajes a los que eran demasiado fuertes para servirle. Las preguntas que sólo había dejado a un lado cuando se apoderó del cuerpo de Alejandro y se encontró con que éste tenía sus propias peguntas, escritas tan profundamente en su carne y sus huesos que Malakh nunca pudo olvidarlas. Pero las dudas no se habían ido, sólo habían quedado ocultas, sumergidas hasta que alguien como Jarod vino a hacerlas emerger, las sostuvo a la luz del sol y las examinó una a una.
Jarod, fuera lo que fuera, tenía la lengua de un diablo. Malakh lo maldijo por ello, pero también se maldijo a sí mismo. Había vivido lo bastante entre los diablos para saber que sus mentiras adquirían el poder de las verdades que otros mantenían ocultas. Quería ver a Lucifer, su lado más sencillo se alegraba sólo con pensarlo, sin preocuparse por consecuencias ni circunstancias. Vio el encuentro en su mente, repetido mil veces, cada vez un poco diferente. Éste era el poder y la maldición del cerebro humano del que se había apoderado; Malakh el cazador no era una criatura dada a la imaginación. En este encuentro imaginario, Lucifer le explicaba amablemente que todo había sido una treta para conseguir que los cielos bajaran la guardia, y que la rebelión volvería a empezar mañana. En ese otro, le arrancaba la carne de los huesos a Malakh con el brillo de una estrella. En aquel. Lucifer lo miraba sin reconocerlo y decía: "¿Malakh? El nombre no me suena".
Malakh se golpeó la cabeza contra el pilar hasta que el dolor sordo disipó las obscenas imágenes que no dejaban de dar vueltas. El dolor lo tranquilizó. En el largo silencio, sus pensamientos se asentaron y los indignos y los banales se fueron, llevándose con ellos las insinuaciones de otros. Los que quedaron brillaban con convicción, y eran verdaderamente suyos, y de Alejandro.
El hombre había soportado un gran dolor antes de que acabara finalmente destruyendo su voluntad. Había sido causado por sus semejantes humanos, y Malakh no estaba seguro de si eso empeoraba el tormento o lo hacía más fácil de soportar, saber que era una mente humana la que empuñaba el látigo y no un Dios inescrutable. Esa distinción ahora lo estaba distrayendo, y Malakh arrastró sus pensamientos hacia lo importante: durante lo peor de las torturas y el dolor, Alejandro se había negado a inculpar a sus amigos y familiares como cómplices de su "crimen" inventado, y había proporcionado a sus captores sólo los nombres de otros que sabía que ya habían muerto a sus manos. Si un humano podía soportar tanto, pensó Malakh, ¿cuánta más vergüenza habría para un ángel, aunque fuera un caído, que se sometiera? Sí, al final Alejandro había abandonado toda esperanza y se había convertido en un receptor, ¿pero no podría haber alguna forma de redención?
Con alivio, dejó tras de sí los pensamientos. La acción, incluso con todo el dolor y la sangre que estaban por llegar, era muy preferible. Comprobó tranquilamente la cadena, con movimientos lentos, con la esperanza de no atraer la atención de sus guardias. La cadena de plata tenía un aguante considerable, y sus eslabones soportaron una tensión muy superior a la que debería haberles permitido su material. Importaba muy poco si era verdaderamente irrompible o simplemente más fuerte que Malakh en su situación actual. Vocalizó las sílabas que deberían imbuir sus músculos de una fuerza imposible; nada.
Sus experimentos atrajeron la atención, como había temido. Sus guardias cambiaron de posición, avanzando justo hasta los límites de la luz para que pudiera ver sus siluetas negras recortadas contra la oscuridad. La mujer también salió a la vista, enojada mientras guardaba el teléfono. Se quedó allí, apoyada contra una caja, tamborileando molesta con el pie.
No importaba, Malakh ya sabía suficiente. La cadena, la viga, eran irrompibles. Él no. Se agachó, se recostó contra el pilar, cruzó las manos detrás de la cabeza y esperó, inmóvil. La brillante cadena colgaba sobre su hombro y su pecho, y los eslabones tintineaban al ritmo con que éste subía y bajaba.
El amanecer llegó rápido, pero el día se hizo interminable. Malakh daba cabezadas o descansaba en silencio, recuperando fuerzas. Sus guardias eran tan estoicos como él. La mujer, Cissy, estuvo parloteando por uno o ambos de sus teléfonos la mayor parte del día, su voz difuminándose en un zumbido como el de un insecto. Sólo dejó de hablar el tiempo justo para comer comida encargada. No la compartió con nadie, y la nube de grasa flotó en el aire durante horas.
Por fin llegó la oscuridad, llena de sirenas, gritos y disparos. Malakh seguía esperando. Cissy, gracias a Dios ahora callada y sentada en su caja, luchaba contra el sueño mientras se le caían los párpados. Las enormes siluetas negras de sus guardias se movían y se paraban a intervalos. Dudaba que estuvieran dormidos, pero incluso si interferían, posiblemente le ayudarían de forma involuntaria.
En el mismo instante en que se cerraron los ojos de la mujer, Malakh se lanzó. Mientras se apartaba del pilar con toda su fuerza y su rapidez, metió su muñeca derecha por el lazo de la cadena soldada. Los eslabones de plata, retorcidos y atrapados, resbalaron hasta su bíceps antes de que todo su peso cayera sobre la cadena. La sangre manó de su brazo por una decena de sitios donde la implacable cadena se clavó profundamente en su carne. La mujer se despertó, sobresaltada, pero no había comprensión alguna tras sus ojos abiertos de par en par.
Malakh presionó sólo un momento al final de su movimiento, y luego cogió impulso para volver a lanzarse. Esta vez, cuando llegó al límite de la cadena, otro peso cayó sobre él desde detrás, cuando el guardia que estaba más alerta de los dos trató de tirarlo al suelo. El impulso fue más que suficiente. Su brazo derecho, casi amputado, fue arrancado de su cuerpo cuando la delgada cadena cortó el resto del músculo y el hueso. Dos cuerpos dieron contra el suelo, y la sangre salpicó hasta unos metros de los combatientes. Malakh lanzó la cabeza hacia atrás, aplastando la nariz del guardia con su cráneo y haciéndole aflojar su presa. Los dos se separaron rodando.
El dolor cayó sobre él como una ola, haciéndolo emitir un grito ronco sin palabras. Era el dolor más dulce que Malakh había sentido; quería decir que era libre. Obligó a su garganta y a su boca a que dieran forma de nombre a su aullido:
--¡Lucifer!
El nombre estalló con una energía que brotó en todas direcciones. Ya era suficiente, había cumplido con su deber. Ahora tenía que seguir vivo.
El segundo guardia estaba a medio camino en el almacén, en mitad de un salto y en mitad de una transformación. Su piel se estaba ennegreciendo, sus dedos alargándose en garras del tamaño de cuchillos de carnicero. Unas alas con ralas plumas negras surgían de sus omoplatos. El matón que estaba junto a él se ponía de pie a duras penas. La mujer no se había movido. Sus ojos se desencajaron aún más por el terror. Aguantó la respiración.
En esa situación, las únicas opciones correctas eran "luchar" o "huir". Elegir la opción "telefonear rápidamente a mi jefe" era una forma segura de que te mataran. Levantándose con un ágil movimiento, Malakh invocó los pactos de fe que había hecho, tomando más de ellos de lo que nunca había tomado. En el barrio, Cesar Delgado se llevó la mano al pecho; en otros edificios, algunos durmientes se despertaron chillando. Alzándose del suelo en un borrón de carne y piel que mutaba, Malakh arrancó a la mujer de la caja con el brazo que le quedaba mientras ésta se aferraba a su teléfono, clavándole el astillado borde de la caja en la columna vertebral y sacándole el aire de los pulmones.
Malakh dejó caer su cadáver y se giró para enfrentarse a sus dos oponentes, desplegando las alas para equilibrarse en su incómoda postura con sólo tres puntos de apoyo. Ambos vestían ahora sus formas demoníacas. Uno se afilaba las garras en el hormigón manchado de sangre con evidente deleite. Malakh enseñó los dientes complacido. Había pensado que esos dos preferirían una pelea a mantener vigilado a un enemigo atado. Detuvo la hemorragia con una corta ráfaga de energía. Hace años le hubiera resultado de una simplicidad trivial hacerse crecer un nuevo miembro, pero ahora no estaba seguro de poder hacerlo, ni de si tenía fuerzas para permitírselo. Lucharía contra ellos con un solo brazo.
Los dos se movieron al unísono, intercambiando alguna señal de ataque imperceptible. Malakh se echó hacia la izquierda en el último momento, rompiendo la embestida de uno de sus enemigos con un aturdidor golpe de sus alas. El otro atacante se dio la vuelta y se irguió para lanzarle un zarpazo al costado. Cayó sobre el ala de Malakh y volvió con plumas y sangre. Malakh giró entre ellos y se alejó mientras el primer enemigo recuperaba el sentido, pero ahora su ala colgaba torcida.
Jadeando, se miraron unos a otros a través del espacio abierto. Al instante siguiente, todos fueron derribados al suelo por una onda expansiva. Era luz, endurecida y cristalina como una oleada de diamante. Era el aplastante e invisible sonido de una trompeta llamando a los campeones a la batalla. Llenó a Malakh con una alegría feroz, y con la confianza de un niño que cogería una serpiente si su padre le dijera que no le iba a hacer daño. Lucifer había venido.
Los demonios que había frente a él se apretujaron aterrorizados contra el suelo; habían estado cazando al Portador de la Luz, pero no habían recordado verdaderamente lo que eso significaba hasta ahora. Los ojos les daban vueltas en la cabeza, y sus bocas mordían y echaban espumarajos como perros que hubieran comido carne envenenada.
Malakh volvió de un salto a la refriega, con el ánimo renovado. Mientras sus enemigos estaban acobardados, saltó con un rugido, volviendo a tirar a uno contra el suelo. Sus garras negras se clavaron en un vientre blando y sajaron hacia abajo, desparramando intestinos y excrementos por el suelo. El otro guardia fue sacado de su estupor por los alaridos de muerte de su compañero. Lanzó un zarpazo al desprotegido costado derecho de su rival y luego se elevó en el aire mientras los dientes de Malakh rozaban su hombro.
El demonio aterrizó pesadamente en una pasarela que había arriba. Malakh se detuvo, probando las gotas de sangre que había en su hocico.
--Te conozco --dijo ásperamente--. Thumiel.
Thumiel asintió, la pasarela se balanceó bajo su peso.
--En otro momento, Malakh --susurró. Levantó el vuelo lentamente y salió del almacén por el techo, atravesando una claraboya de aluminio.
Malakh se acercó a la cadena que seguía aguantando un brazo humano. Pisoteó la mano repetidamente hasta que pudo sacar el grillete por los restos. Iba a dejar allí lo menos de sí mismo que pudiera, para que no lo estudiasen o royeran. La notable cadena estaba manchada de sangre, y de muchos de sus eslabones colgaban jirones de carne, pero seguía entera e intacta. Malakh sólo pudo imaginarse a Jarod limpiando la sangre coagulada de cada pequeña letrita cuidadosamente con un cepillo de dientes. La cadena tendría que quedarse allí. De todas formas, a Malakh no le servía para mucho.
Sea lo que fuera que Lucifer había hecho, había llamado la atención. Las calles en el exterior del almacén estaban vacías. Cualquier trampa que hubieran dispuesto para el Lucero del Alba había desaparecido, los preparativos habían sido inútiles. Malakh salió del almacén con la forma humana de Alejandro, sin que nadie se lo impidiera.
A medio camino de casa, se detuvo. Pronto saldría el sol. Malakh podía oler el rocío.
--Lucifer --susurró. El mismo nombre era una oración. No hubo respuesta, pero el silencio no significaba muerte, significaba paciencia.
Continuó, y el sol salió sobre un mundo y un hombre irrevocablemente cambiados.
Incluso en las calles llenas de disturbios y sin ley de la ciudad, nadie se metió con el hombre que caminaba lúgubremente hacia su casa, llevando su propio brazo.

1 comentario:

Galatea D'Negro dijo...

Personalmente, el mejor de los cuentos de todos los Caídos. Y me hicieron amar a Malahk de una amnera automatica