domingo, 7 de marzo de 2010
El terremoto en las novelas
Ya hablabamos en otra entrada sobre el terremoto de LA.
Lo que sigue son unos estractos de como se dibuja el terremoto en las novelas.
Se omiten spoilers que podrían resultar confusos a quien no haya leído las novelas, y sembrar debate a quienes sí, y no es esa la intención, si no simplemente mostrar que panorama dibujan las novelas para LA tras el terremoto
Leer más... Dos días después, el terremoto de Los Ángeles todavía seguía siendo noticia de primera plana. Es más, la cobertura se había intensificado.
Inicialmente, los americanos estaban conmocionados (excepto los cínicos, que nunca se conmocionan por nada) ante tanta muerte y destrucción, causadas por lo que más tarde sería calificado de seísmo de 7'2 puntos en la escala de Richter. Pero la sacudida resultó ser solo el principio. Con la caída de la red eléctrica y los serios daños en el alcantarillado, la población se vio abocada a una existencia prácticamente medieval. Al principio, se formaron colas en las gasolineras, por el deseo de la gente de abandonar el área. Después, cuando se enteraron de que las bombas no funcionaban, comenzaron a robar la gasolina, extrayéndola de los tanques. Eso llevaba su tiempo, por lo que los que hacían cola se irritaban aún más y finalmente optaban por sustraer el combustible de los coches aparcados. O decidían ponerse violentos.
Terry Cook, el propietario de la mayor compañía de taxis, dijo a todos sus conductores que, si querían irse a casa, podían hacerlo, pero que a los que quisieran quedarse se les pagaría un tercio más. No iban a cobrar los servicios. Iban a limitarse a llevar a las personas desamparadas adonde necesitasen ir, en la medida de lo posible.
Los hospitales de la zona estaban saturados de heridos con fracturas, quemaduras y traumatismos. Las ambulancias corrían de noche y de día, haciendo peligrar las reservas de combustible de los dispensarios, combustible también necesario para que los generadores pudieran mantener la sangre almacenada a la temperatura adecuada, para dotar de luz a los quirófanos y mantener las bombas de agua en funcionamiento, de modo que el equipo médico pudiera lavarse las manos antes de cada operación.
Fueron movilizados todos los agentes de policía de la zona, pero no eran suficientes. A medida que se extendían los pillajes, que no solo eran de gasolina sino también de comida, agua y de todo tipo de aprovisionamientos, los rumores se extendían con ellos. Se decía que los policías disparaban a todos los negros que se encontraban, que los hospitales rechazaban a los hispanos que no pudieran acreditar su ciudadanía americana y que el departamento de bomberos había cancelado los servicios a zonas enteras de Watts, Inglewood y Compton, y no respondían a ninguna llamada que procediera de allí.
En realidad, el departamento de bomberos tenía motivos para ser el peor de los servicios de emergencia que se enfrentaron a la catástrofe. No solo tenían que lidiar con el caos de las comunicaciones (debido a la caída de las redes telefónicas) y con el acceso intermitente al ordenador central del 911 (gracias a fallos en los generadores de electricidad) y con problemas para acceder a los incendios (a causa de los severos destrozos en las carreteras), sino que además tenían el problema adicional de verse obligados a llevar su propia agua, ya que no podían confiar en que funcionaran las bocas de incendios.
El gobernador llamó a la Guardia Nacional y declaró el estado de emergencia. No pareció servir de mucho.
Después de un día de carreras erráticas y un par de asaltos a sus taxis, Terry Cook lo pensó mejor y llamó al hospital de la zona. Les indicó cuántos vehículos tenía y les dijo que estaban a su disposición, junto con los conductores y las reservas de combustible. Dijo que el hospital podía hacer uso de sus taxis siempre que los necesitasen y dispusiera de conductores.
Ese fue el segundo día. También era Halloween.
Los heroicos operarios y trabajadores de las plantas de energía se afanaban en turnos de veinticuatro y a veces de veintiocho horas, tratando de restaurar la electricidad en hospitales y en estaciones de policía y bomberos. En el proceso, la devolvían intermitentemente a otras partes de Los Angeles.
Los taxistas llevaron a muchas personas al hospital antes de que sus reservas de combustible finalmente se agotaran. Algunos de ellos ni siquiera pensaron en cómo iban a llegar a sus propias casas, así que acabaron durmiendo como podían en el aparcamiento de los taxis.
Los Ángeles estaba sumida en una orgía de sangre, fuego y saqueos; cólera, indefensión, miseria y pérdida. Los habitantes de toda la nación vieron por televisión cómo evolucionaba el desastre natural hacia una épica tragedia humana y se sintieron conmocionados. Excepto los cínicos, que se encogían de hombros y decían "ya te lo dije", hasta que comenzó a circular en la ABC la noticia de que Brian Dennehy y la actriz que hacía de Sor Ágata en el culebrón Corazones entrelazados habían sido asesinados en sus casas. Después de eso, incluso los cínicos parecieron desconcertados.
Ese fue el tercer día.
Entonces se presentaron más efectivos de la Guardia Nacional. Los Ángeles fue declarada zona de emergencia federal. Se desplegó un cordón policial alrededor de la zona para impedir la entrada de toda persona que no transportara provisiones de emergencia previamente solicitadas y aprobadas. Se impuso el toque de queda y se declaró la ley marcial en el interior de los límites de la ciudad.
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