domingo, 7 de marzo de 2010

Usiel y Lucifer


Lo que sigue son unos estractos de las novelas, en las que se muestra la relación que Usiel mantiene con Lucifer, como evoluciona esta, desde una primera sensación de repulsa ante el Primer Rebelde, hasta acabar Usiel tentado por el canibalismo de otros Elohim.

Leer más... Se suponía que el bar "TGI Friday" del aeropuerto Pearson de Toronto debía de ser alegre. Tenía una iluminación cálida pero la justa, sin llegar a molestar o deslumbrar. Las paredes estaban cubiertas con coloristas y cándidos recuerdos de tiempos mejores, ya perdidos en el pasado. Decoradores especializados habían diseñado hasta el último centímetro de su superficie para construir un lugar acogedor y animado. Los expertos habían cobrado importantes sumas por bautizar a las bebidas del bar con nombres ocurrentes. Incluso la selección musical de la máquina de discos constituía una poderosa llamada a la diversión.
Pero mientras Sal Macellaio escuchaba en Jersey la grabación de la muerte de su hijo, el bar estaba invadido por la melancolía.
Esto no tenía nada que ver con Sal, Scott, o Hasmed o Rabbadün. No, la melancolía tenía su epicentro en un hombre negro bajo y calvo, que estaba sentado en un rincón del bar tomando una bebida de nombre extravagante.
El hombre negro llevaba vaqueros, un polo y mocasines baratos. No parecía desentonar en el lugar, excepto por una horrible cicatriz en la palma de la manó. Pero la mantenía en su regazo, fuera de la vista. Sin embargo, mientras se inclinaba y bebía, parecía irradiar una intensa sensación de mortalidad y depresión. Se desprendía de él como el mal aliento. Infectaba al barman, que fruncía el ceño al reponer las rodajas de limón y las aceitunas con sabor a ajo. Una camarera que pasaba a su lado se acordó de pronto de un ex amante, un hombre que ahora era sólo un recuerdo, pero un recuerdo triste. Ella arrugó la frente y las chapas y la minifalda que debía llevar hicieron que, de repente, se sintiera frágil y humillada. Con los hombros caídos, preguntó a un reparador de máquinas fotocopiadoras y a su amiga (que era la administradora de los almacenes Foot Locker de la zona) si querían otra copa. Ellos decidieron, de improviso, pedir la cuenta para irse.
Desperdigados por todo el bar, los parroquianos perdieron interés por el partido de hockey que estaban retransmitiendo por televisión y comenzaron a hablar de pronto sobre sus penas y oportunidades perdidas o tenían riñas de poca monta que se olvidaban en cuanto salían al aparcamiento.
En pocas palabras, mientras el clima inicial era el de Buddy Holly cantando "Pequeña Sheila", había derivado de algún modo a Little Milton cantando "Lunes tormentoso".
Un hombre con centelleantes ojos verdes y tupido cabello pelirrojo entró en el bar y avanzó directamente hacia la fuente del malestar.
Aunque el pequeño aguafiestas negro estaba dando la espalda a la puerta, se estremeció con un escalofrío y se dio la vuelta, para observar al recién llegado. Cuando sus miradas se cruzaron, el barman dejó caer un vaso de whisky canadiense. El bolígrafo Bic de la camarera reventó y le manchó de tinta los dedos mientras se lo estaba ofreciendo al reparador de fotocopiadoras. Pero este tenía sus propios problemas ya que se había clavado en las encías la pequeña espada de plástico de cóctel mientras chupaba la aceituna de su "mahrtooni" (no era un martini; era una bebida exótica llamada "mahrtooni"). En cuanto a la administradora de Foot Locker, se estaba atragantando con un trozo de hueso que había aparecido inesperadamente en las tiras de pollo.
--¿Qué estás bebiendo? -preguntó el pelirrojo animadamente. El hombre negro le clavó la mirada.
--Creo que se llama "Jugosa Lucy" -dijo. Su voz era agria como salmuera picante.
--Ah, ¿no era esa la que bailaba al estilo Watusi mientras sólo llevaba puestas unas zapatillas azules de ante? -se giró al barman y dijo-. Otra "Jugosa Lucy" para mi amigo de aquí y... Mmmm, yo quiero un chupito de Absolut Peppar y una pinta de Forsters -miró al hombre calvo y preguntó-. ¿Compartimos una ración de tiras de búfalo?
--No estoy aquí para hacer amigos, extranjero.
--Yo tampoco -el hombre negro gruñó pero no dijo nada-. Por cierto, el anillo que llevas es muy interesante.
--¿Quieres verlo de cerca? -lo dijo con el tono de "¿quieres que meta tu cadáver desangrado en una trituradora de madera?"
--El último tipo que vi con un anillo igual se llamaba Max Hirniesen -movió la cabeza al tiempo que el barman les servía sus bebidas-. Gracias.
Los ojos del hombre negro se abrieron como platos.
--Así que tú eres ese.
El hombre de ojos verdes sonrió y posó modestamente las manos sobre su pecho.
--Culpable -entonó burlonamente. Luego parpadeó-. Me lo puedes agradecer pagando la siguiente ronda.
--¿Quién eres tú?
--Max pensó que era una mujer llamada Penélope, pero se equivocó. A ver si lo adivinas tú.
--Adivinar nombres es un juego peligroso para nuestra especie. Cada nombre erróneo llama la atención.
--Te daré pistas, entonces. ¿Quién pondría un arma de tal poder en las manos de alguien tan despreciado por sus congéneres, alguien que fue una vez de los Malhim, uno de los más temidos guerreros del Cielo, alguien que indudablemente dirigiría su poder contra los otros presos del Infierno?
--Habría dicho que eres un sirviente del Creador de Todas las cosas, pero sé que no eres nada parecido.
El pelirrojo adoptó un semblante serio por primera vez desde que entrara en el bar. Abrió la boca pero en vez de hablar bebió su trago de vodka.
--He estado siguiendo tus trifulcas con Vassago. Muy interesantes -el hombre negro contuvo el aliento. El pelirrojo agitó la mano negligentemente-. Tu diabólico adversario no me rastreará por esa simple elocución. Confía en mí.
--Antes confiaría en que una serpiente diese de comer a un gatito.
--Mmmm. Probablemente lo merezco -dijo el pelirrojo, bebiendo un sorbo de cerveza-. Pero eso no cambia algunos hechos esenciales. Te has ganado un enemigo poderoso, alguien a quien no estás preparado para combatir... todavía. Le has herido, pero está en guardia y un Neberu prevenido es un contrincante realmente peligroso -otro sorbo-. Especialmente uno que ha corrompido a un siervo del Cielo.
--¿Qué sabes de eso?
--La pregunta es, ¿qué sabes tú?
El hombre calvo agachó la cabeza, mientras pasaba los dedos de una mano por las marcas de cigarrillos de la mesa.
--Sé que el Creador de Todas las cosas no me ha perdonado.
--Ja. Dé todas las lecciones que podrías haber aprendido, esa es la peor. Lo que deberías haber aprendido es que los bandos no están tan claramente divididos como siempre has creído -se encogió de hombros-. Aunque supongo que alguien que ha pasado por la condenación en el Infierno pasaría por alto incluso las evidencias más obvias.
--¿Quién eres tú? -su tono y su volumen atrajo las miradas inquietas del barman y la camarera. Muchos de los otros clientes acabaron sus copas y encontraron motivos para irse apresuradamente.
--Yo, como tú, soy el enemigo de los moradores del Abismo. Soy el enemigo de los demonios que acechan como tumores sobre la dulce piel de la tierra. Puedo guiarte hasta esos grandes monstruos cuando sean más débiles y puedo enseñarte el mejor modo para arrebatarles su poder y usarlo contra sus inmundos congéneres -el hombre negro se levantó de la banqueta y se puso en pie, alerta-. Soy tu aliado y mecenas y soy el único de nuestra especie que te ayudará. Me han llamado El Más Glorioso y el Príncipe de Este Mundo y el Adversario. Me llaman el Lucero del Alba, el Portador de Luz y el Señor de las Mentiras.
--Lucifer.
El hombre de pelo encendido sonrió sin alegría ninguna. Y puso un dedo a lo largo de su nariz.
--Exacto, Usiel. Y tenemos mucho trabajo que hacer.

El infame Adversario, el primer ángel que se declaró enemigo del Todopoderoso y cuyo grito de guerra empujó a un tercio del Ejército a combatir, sufrir y, finalmente, caer a su lado. Lucifer, el Embustero, el Señor de las Moscas, estaba junto a Usiel, en el TGI-Friday, proponiendo compartir a medias una ración de hot wings e invitándole a luchar a su lado contra otros demonios que habían conseguido escapar de su prisión infernal.
Usiel respondió como lo haría cualquier ángel de bien (y muchos demonios). Se dio la vuelta, se bajó del taburete y le descargó un fuerte derechazo.
Solo lo hizo como distracción, mientras invocaba su guadaña, pero el Lucero del Alba esquivó el golpe y se abalanzó hacia delante, inmovilizando a Usiel con los brazos. Los dos chocaron con la barra y se precipitaron hacia el pasillo. Atravesaron la puerta que conducía a la pequeña cocina de pedidos sencillos y, de repente, aparecieron en otro lugar muy distinto.
Usiel reconoció el hechizo; para los demonios todas las puertas eran una sola y Lucifer había tenido eones para aprender el truco. Estaban en algún lugar soleado y caluroso y, aparentemente, sin vida.
--No seas estúpido -le previno el Adversario, pero Usiel no lo escuchaba, no quería atreverse a escuchar, no podía permitirse oír esa voz terriblemente autoritaria.
Así que el Segador de Almas tocó el anillo de su dedo y, de repente, este se convirtió en la herramienta de liberación de un Asesino, dotada del poder de cortar los lazos que unen a toda vida con la vida. Blandió la guadaña con ambas manos, una intacta y la otra seriamente dañada, y descargó la sombría hoja contra la cabeza de Lucifer.
El Adversario ni siquiera intentó esquivarla. Dio una palmada y la guadaña se transformó de nuevo en un anillo de metal grisáceo. Ni siquiera estaba en la mano de Usiel; voló por los aires y se posó en su palma abierta.
--Estás perdiendo el tiempo -dijo Lucifer, pero Usiel estaba sufriendo una metamorfosis, desprendiéndose de su carcasa mortal y revelando la espantosa apariencia de un Ángel de la Muerte.
Entonces Lucifer pronunció unas pocas frases en la lengua de los ángeles y Usiel se paró en seco. Conocía esos sonidos. Realmente, él era esos sonidos. Lucifer continuó y Usiel trató de abalanzarse sobre él, golpearlo salvajemente, silenciar al rey demonio antes de que completara el Nombre Verdadero de Usiel, pero ya era demasiado tarde. Lucifer lo nombró y Usiel quedó atrapado. El Nombre no era perfecto (su estancia en el Infierno y sus experiencias en la Tierra habían alterado ligeramente su naturaleza y esos cambios se reflejaban en su nombre), pero era más que suficiente. Conociendo el Nombre Verdadero de Usiel, el Adversario tenía el poder de aprisionar, destruir u ordenar a Usiel cualquier cosa que se le antojara.
Las siguientes palabras en la Antigua Canción casi parecían banales. Era un añadido menor y temporal al Nombre de Usiel y a su persona. El Adversario había desactivado el control muscular del ángel.
El Segador de Almas cayó a peso muerto sobre el suelo del desierto.
--Te pedí que te unieras a mí en mi lucha contra los demonios más poderosos -dijo Lucifer-. Te devolví este juguete sabiendo que lo utilizarías contra los que se evadieron del Pozo. -Arrojó el anillo sobre la arena, junto al rostro de Usiel-. Te di un consejo, un excelente consejo, sobre ir a ver a Glenda Fielding en Oswego. Ahora sabes que podría dominarte si quisiera o devorarte y añadir tu pequeña dosis de poder a mis reservas rebosantes. Pero no haré ninguna de las dos cosas.
Se volvió hacia la puerta por la que habían entrado. Usiel pudo ver entonces que era una especie de cobertizo abandonado, aparentemente la única construcción en kilómetros a la redonda.
Sintió que recuperaba progresivamente el control sobre sus músculos.
--¿Por qué? -preguntó con la lengua entumecida.
En el umbral de la puerta, el Adversario se detuvo y se dio la vuelta.
--Porque no quiero hacer de Dios -contestó. Entonces, desapareció.




El Segador de Almas caminaba por la acera con paso dudoso, lo cual era bastante atípico. Tenía el ceño fruncido, pero no era su expresión habitual de cólera justa y vindicativa. Era un semblante confuso, incierto e infeliz.
Gran parte de su confusión derivaba de un dilema existencial: si dejaba de perseguir a demonios y sus secuaces, ¿qué objetivo tendría?
Cuando estuvo con Sabriel, parecía que las cosas tenían sentido. La idea de que los caídos, como él, podían suplicar el perdón del Todopoderoso... era una idea seductora. Eso explicaba algunas cosas. Y sin embargo...
Dejó escapar un suspiro y dirigió la vista hacia la puerta de hierro y madera que tenía enfrente.
Al menos ahora tengo tiempo para esto, pensó mientras entraba en la sala de conciertos. Los Boston Pops estaban de gira y Sabriel le había conseguido unas entradas.
Sus sentidos inhumanos se pusieron alerta nada más atravesar la puerta, pero ya era demasiado tarde para detenerse. Se giró ligeramente a la derecha y la guadaña apareció en su mano. Se sentía irritado pero, de algún modo, aliviado. Esto, al menos, no parecía complicado...
Entonces las sílabas de su Nombre Verdadero resonaron en la oscuridad y en ese momento supo que sí sería complicado.
--¿Quién nombra a Usiel? -preguntó.
Una cerilla se encendió, revelando a un hombre rechoncho y velludo sentado a una mesa. El desconocido prendió una vela y, mientras los cansados ojos mortales de Usiel se habituaban, vio que era un bar minúsculo; largo y profundo pero apenas tendría más de tres metros de ancho. El hombre tenía una botella y dos vasos.
--¿Te gusta el ouzo? -preguntó-. Yo tomaré un poco.
--¿Quién eres tú?
--¿No me reconoces sin el pelo rojo, los ojos verdes y la arena del desierto?
Usiel suspiró.
--Lucifer. -Quería que sonara amargo y desafiante, pero parecía cansado.
--Acércate una silla.
Usiel cogió aire para rechazar el ofrecimiento pero entonces se preguntó de qué serviría. Se sentó.
--¿Dónde estamos?
--En Kalamáta. -Al ver que Usiel parecía no reaccionar. Lucifer añadió-. Está en Grecia.
Usiel pestañeó.
--¿Por qué me traes a Grecia?
--¿Y por qué no? El ouzo de aquí es realmente peleón. Ni siquiera tiene distribución internacional. Quizás sea un tonto, pero me gusta que siga siendo desconocido. -El Príncipe del Orgullo puso un vaso al otro lado de la mesa.
--No tengo sed -suspiró Usiel-. Creía que ya habías acabado conmigo.
--¿Eso dije?
--Dijiste que no querías jugar a Dios.
--Y no lo haré. Pero jugaré a ser el abogado del diablo. -Se aclaró la garganta-. Como tal, te sugiero que vendas tu alma a cambio de la inmortalidad y una asombrosa habilidad para tocar la guitarra.
Usiel soltó una carcajada breve y sarcástica.
--¿Me has traído aquí para practicar tu rutina de tentaciones?
--No, no... Te he convocado para averiguar qué demonios crees que estás haciendo.
--No estoy seguro.
--No estás seguro. Yo tampoco. Supongo que la única que está segura es tu nueva amiga Sabriel.
--Querrás decir mi vieja amiga Sabriel -dijo con la esperanza de que ella lo escuchara y de que la invocación pudiera establecer una conexión. Pero no ocurrió nada.
¿Cómo hace eso Lucifer? Su desasosiego regresó multiplicado. Ambos bandos de la guerra habían asumido que las invocaciones eran algo privado e inviolable. Si el Lucero del Alba sabía suficiente como para bloquearlas... ¿Qué más podría hacer? ¿Fingirse un demonio diferente o incluso un ángel? ¿Escucharlas? ¿Cuáles eran los límites de su poder?
La voz de la Estrella de la Mañana rescató a Usiel de sus cavilaciones.
--Puede haber una continuidad de experiencia entre la Sabriel que conociste entonces y la que conoces ahora, pero eso no tiene relevancia. La delgada regata que creció en el bosque de Wisconsin hace un billón de años es, técnicamente hablando, el mismo río Mississippi que recorre San Luis y arroja los residuos tóxicos de cien ciudades al Golfo de Méjico. Eso no quiere decir que el agua sepa igual.
--¿De modo que me has traído aquí para decirme que ella ha cambiado? -Usiel sacudió la cabeza-. Nunca me glorié de ser el ángel más listo del Cielo, pero ya sabía eso. Ella ha cambiado. Yo he cambiado. Tú has cambiado. Creo que tienes algo más en mente.
--Me encantaría saber cómo te enredó para que no la mataras.
--¿Y por qué no nos espiaste sin más?
--Estaba distraído. Desde que hablamos la última vez, me han destruido dos veces.
Usiel se preguntó qué querría decir Lucifer exactamente con eso, pero no preguntó.
--¿Crees que Sabriel me está engañando? ¿Que me está manipulando?
--Me apuesto la lanza.
--Si supiera que ibas a cumplirla, aceptaría la apuesta. Si le hablara de ti, seguro que te acusaría de lo mismo.
--Interesante reflexión. -Lucifer se acarició la barbilla y levantó la cabeza mientras su lengua pronunciaba una vez más sílabas enoquianas.
Usiel sintió que algo en su interior se removía y alteraba, pero no podría decir de qué se trataba.
--¿Qué has hecho?
--Lo siento, pero he decidido que no quiero que cuentes chismes. Ahora no puedes hablar de mí. Puedes invocarme pero nada de ponerme verde.
Usiel hizo rechinar sus dientes.
--Recuerdo tu palabrería sobre la igualdad y la dignidad durante la guerra. Me alegra confirmar que todo era una puta mentira. Eres más tirano de lo que lo era el Supremo.
--No te atrevas a agraviar a quienes son mejores que tú. -Se inclinó hacia delante-. Dime una cosa. Ahora te he puteado un poco. He violado tu libre albedrío. Lo siento. Pero te haré un regalo para compensarte.
--¿Qué? ¿Una botella de tu puñetero ouzo?
--No, algo mucho mejor. Voy a vincular la frase "Segador de Almas" al nombre "Usiel". Ahora oirás lo que diga la gente cuando te mencionen por tu título, en vez de por tu nombre celestial.
--No quiero regalos tuyos.
--Tampoco querías la imposibilidad de mencionarme. Lo siento. Supongo que ya he trascendido mi etapa democrática.
Usiel tomó aire para seguir la discusión pero la cháchara de su cabeza se había duplicado. Estaba acostumbrado a ignorar las continuas invocaciones de poca importancia. Sencillamente, desconectaba las llamadas demoníacas insulsas. Pero ahora era consciente de susurros más sutiles, el murmullo de demonios, fantasmas y esclavos, extendidos por toda la Tierra, el Infierno y el limbo de los muertos. Todos hablando de él.
--...Segador de Almas en Washington y me sorprendió que John sobreviviera al encuentro. Si se te aparece...
--...Segador de Almas, ángel poderoso, Esclavizador de los Espíritus, ¡atiende nuestra plegaria! ¡Segador de Almas, ven a nosotros, bendícenos con tu poder!
--...Segador de Almas ha escapado del Pozo y se pasea por la Tierra, tomando...
--...Segador de Almas a mí. Está bajo control.




--Me mantuve puro y sobrio durante más de cuatrocientos años, ya me entiendes -dijo Lucifer-. Cuatrocientos veintinueve, para ser exactos. -Bebió un sorbo de té-. Dos meses más y habrían sido cuatrocientos treinta. Pero la necesitaba.
--La fe humana -dijo Usiel.
El Adversario asintió.
--No solo la humana. ¿Sabes que... antes de caer en la tentación, me acostumbré a no usarla? Durante cuatrocientos años, no ejercité mi poder, durante cuatrocientos años no me serví de mis conocimientos. Trataba a los hombres como uno más, empleando la argumentación razonada. Construía lo que necesitaba con mis propias manos o comerciaba con ello valiéndome únicamente de los afanes de mi mente. Soportaba las inclemencias del viento y la lluvia. Encendía fuegos con yescas o palos. Hay cierta pureza en ello, Usiel. Nunca olvidaba que era un Elohim, nunca pensaba que era uno de ellos, pero vivir sin poderes la única manera que encontré de aliviar la carga del mismo.
--Pero ahora...
Lucifer sonrió, con evidente malicia.
--Bueno, el poder también tiene su atractivo. Al igual que la fe pura, dejando aparte su uso como nutrimento. Imagino que habrás tenido tiempo para llegar a esa conclusión con la señora Fielding, ¿no?
Usiel desvió la mirada.
--Tú me pusiste en contacto con ella.
--¿Sabes? Se me ocurren dos contextos para «poner en contacto». Un criminal que ha sido atrapado acusa a un maldito soplón de haberse puesto en contacto con la policía. O un hombre solitario agradece a un colega que le pusiera en contacto con una amiga suya. ¿Con qué sentido estás usando esa expresión?
--No estoy seguro -dijo Usiel mientras se aclaraba la garganta-. Y ahora, ¿qué? ¿Haces que levanten iglesias en tu nombre? ¿Te sientas en un trono y haces que tus adoradores humanos te llamen Dios y que crean en ti mientras les muestras un ápice de tu gloria?
--Bueno. Supongo que acabaré haciéndolo antes o después.
Hoy, el rostro del Diablo era el de un hombre del Medio Oeste, robusto, impasible, propio de un granjero, un camionero o un trabajador de una fábrica. Al hablar de establecer una adoración blasfema, tenía la expresión de un marido o un padre que sabe que va a tener que volver a pintar el baño tarde o temprano.
--¿Cómo puedes albergar esa idea y sentirte mejor que los caídos?
--¿Cuenta tener la decencia de sentir que está mal?
--¿Y crees que eso les importa a tus víctimas? ¿O las suyas?
--Quizás no funde una Iglesia -dijo Lucifer-. De hecho, creo que, probablemente, me quede con esos «Templos de Satán» o «Iglesias de Baphomet» que hay por California. Por otro lado, he estado haciendo principalmente de Robin Hood.
--¿Es decir?
--Lo de robar a los pobres. Como tú con el viejo Vassago.
Usiel se percató de que se estaba sonrojando y de que se sentía demasiado avergonzado para cruzar la mirada con Lucifer.
--Vamos -dijo el Lucero del Alba-. No tienes porqué avergonzarte. Hiciste lo correcto con él. Robó toda esa pasta a generaciones de primos y pardillos, los mascó como chicle y luego los escupió, una vez que perdieron todo su sabor. El único uso que daba a ese poder era crear más víctimas. Por tanto, ¿qué mal hay en arrebatárselo?
--Estás tratando de tentarme.
--¡Estoy tratando de que vuelvas al campo de juego! Vamos, dime que no te gustó. Dime que no te encantó devorar esa dulce y sabrosa porción del alma de Vassago. -Usiel no quería mirarle a los ojos. Lucifer se reclinó en la silla-. No vas a negarlo porque no puedes. Fue divertido. ¡Claro que es divertido! Castigar a los malhechores es divertido. ¿Por qué crees que Dios lo hace tan a menudo? Y con tanta fiereza.
--Detecto cierta amargura.
--Mmmm. Supongo que la hay. -Los ojos de Lucifer destellearon-. ¿Quieres saber cómo recobré mi poder tan rápido? Te lo revelaré. Lo compartiré contigo.
--No, gracias.
--¿Aún recelas? Esta es la respuesta a tu pregunta, Usiel. Puedo mostrarte cuan diferente soy a ellos, cuan diferentes somos. ¡Lo voy a hacer ahora!
--No...
Pero Lucifer ya estaba revolviendo en un armario. Cogió un bote de sal y comenzó a agitarlo.
--¿Hay alguien en particular al que te gustaría ver? -preguntó, y Usiel estuvo a punto de decir Sabriel. Pero contuvo su lengua-. ¿Qué tal Durnadin? ¿Uno de los tuyos, un Halaku? Me invoca mucho, por cierto. Me cuenta cómo hace mi trabajo. -Mientras hablaba, el Adversario empujó hacia atrás la mesa y vertió un grueso anillo de sal sobre el suelo. Luego dibujó signos y figuras en él. Y si su voz parecía amarga cuando hablaba de Dios, sonaba el doble de amarga cuando hablaba de su leal servidor.
--¡Durnadin! ¡Lucifer, tu señor, te llama!
El demonio hizo una pausa y una mueca de desagrado cruzó su rostro. Entonces abrió la boca y las palabras fluyeron de ella. Era el Nombre Verdadero de Durnadin, su naturaleza real y su lugar en el universo. Pero los tonos eran discordantes, los vocablos rechinaban y chocaban entre sí.
--Tu Nombre Verdadero ha cambiado desde que nos rebelamos codo con codo -dijo Lucifer, guiñando un ojo a Usiel-. ¿Cómo es ahora?
Dirigió una elocuente mirada a Usiel y se estiró el lóbulo de la oreja para indicar al Segador que escuchara. Entonces habló de nuevo y esta vez el Nombre Verdadero sonó grave y melancólico y solo con pronunciarlo parecía absorber la luz de la habitación, espesando las sombras y helando el aire.
Lucifer siguió hablando en la Antigua Lengua; eran palabras de distancia, movimiento y cambio y, de pronto, Durnadin el Halaku estaba allí enfrente, dentro del círculo de sal.
--Así de fácil -susurró Lucifer a Usiel.
--¡Señor!
Durnadin constituía una visión lastimera. Invocado en su forma real, sus alas de cuervo, en otro tiempo brillantes y lustrosas, habían perdido todo esplendor y estaban marchitas. En lugar de dedos tenía garfios de hueso, curvados y delgados, con el extremo afilado, alineados para desgarrar la carne. Su piel era moteada, blanquecina como el moho y grisácea como un cadáver. Estaba muy delgado, famélico, con el vientre hinchado propio de los que sufren inanición, que era la única parte redonda de todo su huesudo y enjuto cuerpo. Al mirarlos, tenía la cara de un niño muerto de ocho años. Ese rostro pálido mortecino tenía una expresión de esperanza, temor y reverencia. A Usiel se le revolvió el estómago.
--¡Nunca perdí la fe! -dijo Durnadin mientras le corrían lágrimas por las mejillas-. ¡Nunca abandoné tu lucha!
--Lo sé -dijo Lucifer, con voz sedante, balsámica, cálida y llena de compasión-. He escuchado tus plegarias, aunque no respondiera. Pero dime otra vez cómo has cumplido mis designios.
--Hago sacrificios en tu nombre -dijo Durnadin con fervor-. Con tanta asiduidad como puedo; trato de hacerlo cada semana. Les digo que vas a volver, que reinarás de nuevo, les digo que tu poder es real y entonces hago que crean en ti.
--¿Cómo lo haces? -preguntó Usiel sosegadamente, pero temiendo la respuesta.
--Al principio los mataba -dijo Durnadin-. Pero era demasiado rápido. Eran demasiado frágiles, demasiado endebles. No comprendían. -Su voz adquirió un matiz quejumbroso-. Morían antes de acabar mi trabajo. ¡Pero no me rendí! Aprendí, estudié y mejoré. Ahogarlos. Esa es la clave.
--Ahogarlos.
--Sí, es mucho más lento, así que puedes prolongarlo tanto como gustes -dijo Durnadin sin que el luminoso resplandor de amor de sus ojos perdiera brillo-. Los sumerjo en el agua, los saco, los vuelvo a meter y dejo que respiren de nuevo... Tratan de luchar, pero muy pronto se agotan y tengo que sujetarlos para que cojan aliento antes de sumergirlos otra vez, mientras sienten la presión del agua en los oídos, en la cara, en los pulmones... Una y otra vez, hasta que comprenden. Con un tipo tuve que hacerlo doce veces pero al final creyó. Al final lo hizo. ¡Lo consiguió y ya solo creía en ti, señor!
--Y luego lo hiciste otra vez.
--Sí -susurró Durnadin, y su voz parecía una caricia sudorosa-. La decimotercera. Dijo tu nombre con su último hálito vital.
--Lo sentí -dijo Lucifer con voz profunda. Se giró a Usiel-. ¿Ves? Sin demonios que condujeran los servicios, el satanismo sería tan vacuo como cualquier otra religión. La gente hace lo que cree que está bien. Pero con un seguidor tan resuelto como Durnadin, los mortales pueden ser obligados a creer firmemente.
--Todo por ti, mi señor.
--Todo por mí. Y no podría rechazarlo aunque lo intentase.
De pronto, Lucifer ya no era el compasivo soberano de Durnadin. De pronto, dejó que el desprecio se reflejara en su rostro. Y, de pronto, una lanza llameante apareció en su mano.
--Tú también crees -dijo Lucifer y hundió la punta de su venablo en el pecho de Durnadin. El demonio del círculo pudo haber gritado pero no lo hizo. El desengaño que se percibía en su cara, el miserable sentimiento de traición era demasiado hondo para ser expresado.
--¡Vamos! -dijo Lucifer mirando a Usiel con los ojos iluminados-. ¡Atácale! ¡Comparte su muerte conmigo!
--Yo...
--¡Rápido! ¡Antes deque sea demasiado tarde! ¡Atácale y pronuncia su Nombre Verdadero, devora tú también una parte y conoce su verdadera esencia! Solo si examinas su pasado, su conocimiento, su propia naturaleza, podrás entender por qué no confío en Sabriel, Nazathor, Grifiel y los otros que pronuncian mi nombre en vano. ¡Invoca tu guadaña y rájalo!
Y Usiel lo hizo.
Mientras su herramienta de liberación le aparecía en la mano, se dijo que Durnadin iba a morir de todas formas y que eso era algo positivo, lo mirara como lo mirara.
Mientras la guadaña caía, la tentación de comprender a los caídos (y con ellos a sí mismo) y sobre todo la necesidad de saber si Sabriel lo había engañado imprimió más fuerza a su golpe.
Cuando la hoja cayó sobre el demonio y Usiel salmodió su Nombre Verdadero, el nombre que el diablo había desvelado gustosamente a su señor, pensó que arrebatarle su energía era una buena idea, que le ayudaría a proteger a Glenda. Tal pensamiento fue un bálsamo para él.
Pero quizás lo que más le dominaba era el impulso de sentir esa dulce oleada de poder una vez más. Consumirlo y devorarlo. Desatar y robar una energía que había existido desde el amanecer de los tiempos y hacer que esa energía formara parte de sí mismo.
Cuando absorbió una parte de Vassago, Usiel se concentró únicamente en el poder, pero esta vez, a instancias de Lucifer, también absorbió los recuerdos de Durnadin. Recordó.
Recordó el dulce alivio que supuso para los ángeles caídos descender sobre la humanidad, revelarse por fin a ella, libres, amados y reconocidos.
Recordó el miedo a la guerra, pero también el gozo del valor, el gozo de salvar a un amigo, sensaciones que Usiel también había conocido en el Ejército Celestial, nobles placeres que nunca concibió que los rebeldes pudieran experimentar.
Recordó la amargura de la derrota, la locura del Infierno y la liberadora furia de la venganza.
Usiel contempló cómo Durnadin torturaba a sus víctimas al tiempo que pensaba: Así es como debe de sentirse Dios cuando provoca cáncer en un niño. Sintió que Durnadin era libre para martirizar y aniquilar sin que nadie lo detuviera.
(Atisbo un destello de conciencia: Durnadin había respetado a una señora mayor, que se parecía mucho a la anciana de los Tanenbaum. Era la abuela del cuerpo anfitrión que ocupaba y siempre le había traído regalos en Navidad y había metido barras de caramelo en la cama mientras su nieto dormía. Durnadin había respetado su vida. Quizás lo hizo porque habría muerto demasiado pronto. Fuera como fuese, su actuación fue rica en misericordia).
Y entonces visualizó la reciente traición, cuando Lucifer alzó su lanza. En ese momento, curiosamente, Durnadin sintió más tristeza que cuando Miguel pronunció el castigo para la Casa Postrera. De alguna manera, esa traición fue la peor.
Durante un momento, el Segador y el Diablo permanecieron de pie y en silencio en la cocina de Glenda Fielding.
--¿Ves cómo son? -dijo Lucifer.
--Veo que podría haber cambiado -dijo Usiel.
--Pero no lo hizo.
--¡Pero pudo haberlo hecho!
--Pero no lo hizo -repitió Lucifer-. No lo hizo, no lo haría y ninguno de ellos lo hará. ¡Combatieron a Dios, Usiel! ¿Quién va a contenerlos ahora que los ángeles se han retirado y Dios ha ocultado su rostro?
--Podrían elegir otro camino.
--Oh, ¿estás hablando de autocontrol? No sé si te has dado cuenta, ¡pero no es una característica común entre aquellos que hicieron la guerra contra el Anciano de los Días! -Sacudió la cabeza-. No creo que les tengas miedo. No creo que seas un iluso. Durante la guerra, ansiabas abatir a cualquier demonio que se pusiera al alcance de tu guadaña. ¿Qué ha cambiado?
--Fui arrojado al Infierno por combatir sin mostrar piedad -dijo Usiel-. Quizás ahora y solo ahora, me estoy dando cuenta de ello.

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